Un pequeño cuento sobre la paciencia y la quietud mental
- Patricia B. Margain ReyEros
- 26 sept 2019
- 2 Min. de lectura

Buda y sus discípulos decidieron emprender un viaje durante el que atravesarían diversos territorios y ciudades. Un día en el que el sol brillaba con todo su esplendor, divisaron a los lejos un lago y se detuvieron, asediados por la sed. Al llegar, Buda se dirigió a su discípulo más joven e impaciente:
-Tengo sed. ¿Puedes traerme un poco de agua de ese lago?
El discípulo fue hasta el lago, pero cuando llegó, observó que un carro de bueyes comenzaba a atravesarlo y el agua, poco a poco, se volvía turbia. Tras esta situación, el discípulo pensó “No puedo darle al maestro esta agua fangosa para beber”.
Por lo que regresó y le dijo a Buda:
-El agua está muy fangosa. No creo que podamos beberla.
Pasado un tiempo, Buda volvió a pedir al discípulo que fuera hasta el lago y le trajera un poco de agua para beber. El discípulo fue. Sin embargo, el agua seguía sucia. Regresó y con un tono concluyente informó a Buda de la situación:
-El agua de ese lago no se puede beber, será mejor que caminemos hasta el pueblo para que sus habitantes nos den de beber.
Buda no le respondió, pero tampoco realizó ningún movimiento. Permaneció allí. Al cabo de un tiempo, le pidió al mismo discípulo que regresara al lago y le trajera agua. Éste, como no quería desafiar a su maestro, fue hasta el lago; eso sí, tenía una actitud furiosa, ya que no comprendía por qué tenía que volver, si el agua estaba fangosa y no se podía beber.
Al llegar, observó que el agua para cambiado su apariencia, tenía buen aspecto y se veía cristalina. Así, recogió un poco y se la llevó a Buda. Éste miró el agua y le dijo a su discípulo:
-¿Qué has hecho para limpiar el agua?
El discípulo no entendía la pregunta, él no había hecho nada, era evidente. Entonces, Buda lo miró y le explicó:
-Esperas y la dejas ser. De esta manera, el barro se asienta por sí solo y tienes agua limpia.
El Maestro dice:
¡Tu mente también es así! Cuando se perturba, sólo tienes que dejarla ser. Dale un poco de tiempo. No seas impaciente. Todo lo contrario, sé paciente. Encontrará el equilibrio por sí misma. No tienes que hacer ningún esfuerzo para calmarla. Todo pasará si no te aferras.







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